Confesiones sobre la meditación, el silencio y la poesía

He guardado silencio. Cuando era niña mi madre solía repetirme esa frase del conejito de Bambi  que enunciaba  “si al hablar no has de agradar, será mejor callar”. Con frecuencia las cosas a mi alrededor, los objetos, las personas, las  situaciones, las imágenes que me da la red del mundo exterior y los otros seres que en él viven me desconciertan. Entonces encuentro en el silencio un refugio. Creo que todos necesitamos tiempo y silencio para digerir la realidad, lo que creemos real; incluso para caer en reflexiones metafísicas al respecto.

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Foto: Angela Mezca

A través de la meditación me he dado cuenta que vivimos en una suerte de rezago psicoemocional y que literalmente necesitamos parar. Que estamos seriamente sobre estimulados y para “funcionar mejor” necesitamos reiniciar nuestro sistema. Esto se logra a través de crear un ambiente propicio para realizar una serie de acciones concretas. Por unos minutos necesitas sentarte en silencio, aislar tu sentido de la vista cerrando los ojos y respirar libremente. A continuación activas neurológicamente un mecanismo llamado “mirada interior”. En el cual vuelcas tu atención hacia tu mundo interior, pero manteniendo tu conexión con el todo. Es decir, no te evades hacia una fantasía sino que te mantienes en un estado de relajación y alerta. Esto se hace desde el cuerpo -no desde la mente, la meditación no es un ejercicio intelectual– cuando dejas tu atención focal y utilizas tu atención global dejándola expandirse multidireccionalmente hacia el resto de tus sentidos oído, olfato, las sensaciones de tu cuerpo, tu piel, músculos, huesos, órganos internos, etc.

En este estado puedes percibir cómo las emociones activan reacciones en el cuerpo. Los músculos contraídos, la expresión facial, la garganta relajada o apretada, el grado de vitalidad o cansancio te dicen mucho de qué fenómenos están emergiendo en ti y disolviéndose a cada momento en algo que usualmente piensas como tiempo lineal, pero que sentado ahí meditando no parece ser tan real. Es decir, tu sensación del tiempo  cambia y tu relación con él también.  Después de unos minutos de hacer esto cuando abres los ojos y vuelves a la realidad. Tu percepción de todo cambia, a veces literalmente es como si hubiera más luz, como si los colores fueran más vibrantes; pero sobre todo tienes mayor claridad psicoemocional y tu cuerpo está más relajado.

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Esta ha sido una puerta que me ha permitido tener suficiente receptividad para darme cuenta de qué cosas son importantes para mí, cuál es mi perspectiva sobre lo que me rodea y cómo me siento con respecto a ello. Creo que todos necesitamos tiempo para tener estas reflexiones. Creo que si cultivamos receptividad y claridad podemos  tener vidas más plenas.

“Los sentimientos van y vienen como las nubes en el cielo. La respiración consciente es mi ancla”.

– Thich Nhat Hanh

A veces miro a las personas en los lugares públicos, a veces las miro a través de las redes sociales. Veo un montón de desconocidos para quien yo soy otra desconocida del montón, pero reconozco que ellos como yo son humanos y que seguramente  también tienen necesidades, afectos, relaciones y deseos.

No sé qué necesiten, si puentes altos para gritar la rabia o bálsamos para la ignorancia, no sé si quieran inspiración para los días que se repiten uno tras otro como la copia del anterior o si necesiten un atisbo de otros mundos posibles que pueda brindar una chispa de entendimiento sobre este mundo en el que vivimos. No sé si quieran poesía para darle nombre a las cosas que hasta entonces sólo eran sombras o si quieran que otras personas les digan con su propia voz cómo es hacer lo que hacen, soñar con lo que sueñan y cómo se ve todo desde su punto de vista en el tiempo-espacio. 

No sé ninguna de estas cosas pero me gustaría saberlas, me gustaría que me contaran cosas también. Hay veces en que siento que sólo nos tratamos pero nadie conoce a nadie y creemos que eso está bien, que es propio y civilizado. Pero sólo las relaciones profundas son capaces de dar sentido a las cosas. Creo que tratarlas con superficialidad puede llevar a mucha confusión.

En todo caso y aún sin saber a ciencia cierta de sus deseos y necesidades estoy remodelando este blog con el deseo y la necesidad de compartirles cosas, todo tipo de cosas. Confesiones personales, casos y temas que me han obsesionado por años y entre una y otra cosa quizá atisbos de una perspectiva personal sobre de qué va esta cosa llamada vida. ¿Qué es esto? ¿Qué somos nosotros? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué es aquí?

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Alex Grey

Esto, como todo es un trabajo en proceso. No es que yo ya lo tenga todo resuelto. A veces me pasan cosas que me hacen darme cuenta que llevo tres décadas en la Tierra y me siento como la adulta que se supone debo ser pero con frecuencia dentro  de mí me siento una niña. Mientras transito mi mundo experimento esos y otros muchos estados y emociones. He pensado que la poesía te da un lenguaje para cosas que hasta que la poesía no llega no puedes poner en palabras. Cosas que has vivido pero no tienen nombre. En ese sentido la poesía te permite procesar tu realidad en todo su rango de experiencia, tiene colores, texturas, emociones, intuiciones, ideas y cuando se vuelve voz es también sonido y vibración. Puede construir dimensiones.

Esta semana comencé compartiéndoles la traducción de diez poemas de Jerome Rothenberg. Estos son parte del “Libro del testigo” conformado por 100 poemas que él escribió como un ritual de paso hacia el nuevo milenio.  Son la clase de poemas que puedo leer, suspirar mientras doy nombre a esas cosas para las que  no tenía nombres.

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2 comentarios sobre «Confesiones sobre la meditación, el silencio y la poesía»

  1. Muy buen post Edmee, aplaudo tu esfuerzo por compartir este tipo de ideas y experiencias. Trataré de compartir la mía, de antemano pido una disculpa si mis ideas no son tan claras como desearía en un corto espacio.
    En efecto, durante la meditación volcamos la atención hacia nuestro mundo interior, yo diría hacia nosotros mismos. Para mí es la mejor práctica del «Conócete a tí mismo».
    Vivimos en un mundo muy apresurado, ansiosos por realizar nuestros deseos (aunque muchos deseos ya estén predeterminados por varios factores), yo diría que vivimos corriendo tras un estado que, tal vez, nunca alcanzaremos. En este camino nos olvidamos de algo muy importante en la vida: Descubrir quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
    Y para empezar a conocernos lo idóneo, creo yo, es ponerle atención al cuerpo, justo como lo describes en tu post. Inevitablemente vendrán pensamientos, y esos son los que debemos de «acallar» y siempre viene la pregunta: ¿por qué acallar los pensamientos, si somos seres racionales (o tratamos de serlo)? Mi respuesta es: La mayoría de pensamientos no son reales. Y aquí es dónde comienza todo el embrollo: ¿Qué es la Realidad?
    Para mí la Realidad es lo permanente. Los objetos y seres vivos de los que nos percatamos no permanecerán en esa forma por la eternidad (para efectos prácticos tomo a la eternidad como un período de tiempo tan largo que nuestro cerebro no es capaz de dimensionar), por ejemplo, nuestro propio cuerpo se transformará en otra forma de materia con el paso del tiempo (años, siglos, milenios), y lo mismo con todo lo que nos rodea: árboles, plantas, animales, dinero, coches, casas, etc. Sin embargo, aquéllo que permanece es la Energía que permite crear Materia y luego formar objetos y seres vivos.
    Para mí, esa Energía es la Realidad. Bajo esta perspectiva, nosotros, nuestro verdadero Yo, somos esta Energía, le podemos llamar como queramos: Alma, Espíritu, dios Interior, Subconsciente, palabras más, palabras menos (que al fin las palabras son invento del hombre).
    Regresando a los pensamientos, normalmente el hombre piensa en el futuro o en el pasado, nunca en el presente. Nos preocupamos por situaciones que no se han materializado y sentimos miedo, o bien, recordamos situaciones que generan otros sentimientos y que deseamos evitar o repetir, según sea el caso. Es decir, el hombre no vive en el presente, y, es aquí donde actuamos, donde vivimos. Para realmente vivir en el presente debemos entonces de evitar pensamientos «inferiores» de preocupación por el futuro o de remembranzas del pasado. No es que todo el día y todos los días lo debiéramos hacer, dejaríamos de ser humanos. Para mí, el chiste es tomar unos minutos del día para tratar de hacerlo, la meditación es la vía para lograrlo. Y cuándo estamos en este presente vendrán los Pensamientos que yo llamaría Superiores, aquéllos que nos «conectan» con quién realmente somos, con esta Energía que nos da vida, con lo que permancerá después de que nuestro cuerpo se transforme en otra cosa.
    Después de un tiempo nuestros pensamientos «inferiores» se irán calmando, podremos disfrutar más la vida, alegrarnos por el sólo hecho de seguir vivos.
    Para terminar, dejo este pensamiento que alguna vez leí (lamento no recordar el autor en este momento):

    «La solución a todos los problemas de la humanidad es simple: El hombre debe entender que no es dueño de nada.»

    1. Muchas gracias por tu amplio comentario. En efecto los pensamientos no son tan reales como nos parecen a veces y como dices «Nos preocupamos por situaciones que no se han materializado y sentimos miedo» creo que una de las cosas que puede suceder durante la meditación es que para empezar te das cuenta en qué momento cambian tus emociones mientras que en un estado «normal» generalmente sólo reaccionas a ellas.

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