Tres versos zen que me volaron la cabeza hace ocho años

zen monk

Hace ocho o siete años sentí la necesidad de saber más sobre el zen.

De tal manera que me aventuré a una librería y compré un ejemplar de “El camino del Zen” de Alan W. Watts, un libro sobre budismo que ha gozado de mucha popularidad. Luego, como he hecho muchas veces en mi vida de lectora, le quité el plástico, lo abrí, olí sus hojas, palpé el papel de sus páginas y me entregué a la lectura.

Los conceptos otrora familiares acerca del espacio, el tiempo, el movimiento, la naturaleza, el derecho natural, la historia y el cambio social, y hasta de la personalidad humana, se han disuelto y nos encontramos a la deriva, sin mojones en un universo que cada vez se parece más al principio budista del <<Gran Vacío>>”.

el camino del zen

Al leer esas líneas del prefacio debí de haber sospechado lo que iba a suceder, pero yo, humana y ciega frente al futuro no sospeché nada y dejé que mis ojos se posaran en ellas con candor e inocencia.  Unos días después estaba yo sentada en el estacionamiento del deportivo al que solía ir a nadar y como aún tenía tiempo antes de mi clase, decidí leer un poco más. Nada pudo haberme preparado para el shock que iba a recibir al mirar  la primera página de la segunda parte del libro titulada “Los principios y la práctica”.  Ya que ésta contenía unos antiquísimos versos de Seng-ts’an que decían

El camino [Tao] perfecto carece de dificultad.

Salvo que evita elegir y escoger.

Sólo cuando dejas de sentir agrado y desagrado

Comprenderás todo claramente.

Por la diferencia de un pelo

Quedan separados el cielo y la tierra.

Si quieres alcanzar la sencilla verdad

No te preocupes del bien y el mal.

El conflicto entre el bien y el mal

es la enfermedad de la mente.»

spirit-of-zen-reproduction

No puedo explicar del todo qué fue lo que sucedió en mi cabeza cuando leí los últimos tres versos. Fue como si por un momento todo parara y se hiciera en ella un espacio en el que no necesitaba hacer ni pensar nada. Creo que el momento duró lo que un aplauso pero para mí fue como si todo, dentro y fuera de mí, se fundiera en una sustancia muy densa que alentaba el tiempo.

Recuerdo que me quedé tan impresionada que guardé el libro y me dije que no iba a volver a abrirlo hasta que no hubiera procesado la verdad detrás de esas palabras.  Después las volví a leer muchas veces, las recordé otras tantas, pero creo que no volví a tomar el libro de Watts hasta que estaba escribiendo mi columna Don’t hate on the love” para Mutante. Recuerdo que lo busqué porque quería hablar de koans y estaba buscando unas citas. Luego, mientras revisaba mi archivo para escribir este post, me di cuenta de que en esa misma columna toqué el tema del zen- aunque fuera un poquito- en otra entrega, en la que escribí sobre un monje-poeta llamado Ryokan. Lo que quiero decir es que el interés por el zen no me ha dejado y aún hoy esos tres versos me siguen doblando la mente como un guante.

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