Un atisbo íntimo al satori y la muerte de Bill Evans

Bill Evans en el festival de Jazz de Montreux 13-07-1978

Bill Evans conmovió a las audiencias con la riqueza emocional de sus armonías impresionistas, sus sentidas composiciones, el lirismo de sus melodías y la profundidad de sus interpretaciones. Bajo sus manos el piano parecía poder atravesar abismos y pintar paisajes. Si aún viviera, este año habría cumplido 86 años. Sin embargo murió con apenas 51 años, el 15 de septiembre de 1980, día en que su cuerpo finalmente cedió al daño sufrido a causa de sus adicciones a la heroína y la cocaína.

Un año antes de su muerte el pianista conoció a Laurie Verchomin, quien en 2010 publicó un libro titulado “El gran amor, la vida y la muerte de Bill Evans”. Una pequeña joya sentimental que da atisbos de los aspectos más íntimos de la vida de esta leyenda del piano. Los recuerdos de Verchomin incluso nos permiten descubrir la vida espiritual y las experiencias trascendentes de Bill Evans. Incluyendo, su satori:

“Bill me describe su satori. Dijo que sintió esta increíble sensación de dicha, un sentimiento absoluto de  amor puro que no podía ser penetrado. Encapsulado en este sentimiento de una dicha completamente impenetrable, se permitió verterse por completo en su música seguro en el interior del estudio con las paredes cubiertas de cajas de huevos que se había construido en una sección de la casa de sus padres en Plainfield, Nueva Jersey.

Este momento se prolongó justo lo suficiente (varias semanas) para darle un sentimiento sólido de lo que él llamaba la Mente Universal. Un estado de unidad”.

A pesar de la diferencia de edades, Evans era 28 años más grande que ella, Laurie fue quien compartió el último año de la vida de uno de los pianistas más emblemáticos que ha tenido el jazz. Cuya muerte fue una pérdida irreparable no sólo para sus amigos y familia cercana, sino para muchísimas personas alrededor del mundo que encontraron  inspiración y refugio en sus exquisitas interpretaciones.

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En el libro de Laurie Verchomin también comparte sus recuerdos de la muerte del músico . Su relato es entregado y conmovedor. En él podemos percibir un maridaje entre la intensidad y la sutileza, una proeza únicamente posible para los amantes.

“Estoy consciente de la muerte en todo momento. La muerte está en la habitación como una sombra esperando a la luz para entrar. Joe y yo estamos sacando a Bill de la cama para que pueda hacer una cita en el centro de la ciudad para ser atendido en una nueva clínica de metadona. Él dice que no confía en la doctora Nyswander de la clínica anterior. Dice que ella está metiéndose con su dosis sin su permiso.

Estoy confiando en Joe LaBarbera para llevarnos en el auto a la ciudad. Bill se apoya en nosotros mientras cruzamos el lobby y para meterse en el asiento trasero del coche. Joe conduce hasta Manhattan mientras Bill le da instrucciones para llegar a la dirección.

Sentado en el tráfico, Bill nota a una bella mujer y comenta ‘Realmente debe ser el final porque no siento nada por esa mujer’.

Nos reímos- es el truco de la cuerda una vez más. Siempre me impresiona que tan lejos puede ir ( literalmente dejando su cuerpo)  y regresar  justo en el momento preciso.

Tomo un momento para ofrecer una idea que tuve sobre  las preocupaciones económicas de Bill. Le digo ‘Hey Bill, ¿qué opinas de tener un concierto en tu homenaje para reunir fondos para ti?’

Él responde ‘Querrás decir un tributo querida, ya que aún estoy vivo’.  Joe, Bill y yo nos reímos un poco más fuerte sobre eso y luego Bill empieza a toser  sangre y pronto hay un flujo de sangre continuo  saliendo de su boca, mientras nos dirige al Hospital Monte Sinaí. “Toca la bocina, Joe. Diles que es una emergencia’, indica él. Yo me siento obligada a vigilarlo mientras dirige a Joe. Él me da el miedo de sus ojos. Quiero decirle que necesito más, que aún no hemos terminado. Me dice ‘Creo que voy a ahogarme”. Yo no estoy segura de que una persona pueda perder tanta sangre.

Llegamos al acceso de emergencias unos momentos después. Joe y yo sacamos a Bill del auto y lo llevamos hasta el hospital. Su sangre está en todos lados dejando un rastro través de la sala de espera. Lo recostamos en una cama de la sala de emergencias y una ráfaga de doctores y enfermeras toman el control.

Me sacan a la sala de espera donde me siento y miro alarmada mientras que el conserje viene y trapea la fuerza vital de Bill. Una enfermera aparece y con una voz tranquilizadora describe la condición de Bill como una hemorragia nasal que sólo necesita cauterización.

La mujer sentada junto a mí agrega que su esposo tuvo una experiencia muy similar y prosigue a describirla a detalle. Ella habla de él en presente. Pero yo no puedo procesar lo que están diciendo. Estoy pensando en la sangre  y en la chamarra de Bill que está sobre mi regazo.

Joe regresa y un momento después un doctor sale y me escolta a una pequeña oficina. Él dice ‘No pudimos salvarlo’.

Miro a Joe y le digo, ‘Este e sun déjà vu. He estado aquí antes’. A partir de este momento estoy en un agudo estado de shock adrenalínico.  Joe empieza a hacer llamadas. Él llama a Helen Keane. Él llama a Marc Johnson.

Nadie me muestra el cuerpo. Durante años después solía soñar que Bill no había muerto en realidad, sino que había planeado alguna suerte de escape. Es por eso que es fácil para nosotros continuar nuestra relación, porque él no está muerto para mí.

No realmente.

Para nada.

Yo nunca me fui y él es eterno”.

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Ponle soundtrack a este post con el trío de BIill Evans interpretando “Laurie”

 

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