¿Por qué nuestros sueños importan? Es una gran pregunta con múltiples respuestas que dependerán especialmente de la acepción que demos a la palabra sueños. Hoy en día en nuestra cultura 100% materialista, que concibe el intelecto como único vehículo válido para explorar la realidad, los únicos sueños que valen son aquellos que pueden generar ganancias. Es decir, los sueños como metas, como el sueño de comprar alguna cosa, la casa, el auto, el iphone, la ropa de cada temporada… o el sueño de “ser famoso” que también vale porque se puede mercantilizar. Pero hay otros sueños mucho más relevantes, por los que sin embargo no necesitamos pagar y que a pesar de su magia y su valor solemos arrumbar en el ático de las cosas sin importancia. Me refiero a nuestros sueños nocturnos.
Todas las noches soñamos, lo recordemos o no. Empezamos a soñar en el útero y lo hacemos hasta la muerte. De hecho en el proceso de muerte, conforme el cuerpo empieza a fenecer, las ondas cerebrales se ralentizan y entramos en estados de consciencia hipnagógicos o de ensoñación. Quienes han acompañado a alguien en su lecho de muerte, reconocen que hay un momento en el que “el velo parece adelgazarse” y quienes pronto trascenderán este plano material, tienen visiones o visitas relacionadas con seres queridos que les han predecedido en dicho viaje. Otros atisban lugares o seres sutiles. En todo caso, en estos estados de consciencia divergentes la consciencia se prepara para el cambio.
Interesantemente cuando nos pasamos la noche en vela, la próxima vez que durmamos tendremos más ciclos REM que de costumbre. Por que claramente para nuestro cuerpo los sueños importan. Pese a que la cultura occidental contemporánea mantenga su obsesión por la productividad que asocia con el estado de la vigilia, y nos lleve a concebirlo cómo el único estado de consciencia relevante. Hay otras culturas que aún conciben los sueños como estados de importancia, por sus infinitas posiblidades para el aprendizaje, para recibir guía, para sanar, comunicarse con los ancestros y para crear el mundo.
Asimismo las culturas antiguas cultivaban los sueños y su interpretación. Por ejemplo en Grecia florecieron los templos curativos dedicados a Asclepio a los que los devotos llegaban buscando remedios para su salud. Los sacerdotes a su vez los guiaban a través de diferentes procesos de purificación y prácticas enfocadas a recibir un sueño cuyo contenido les sería crucial para sanar. De hecho Hipócrates, considerado el padre de la medicina, era un seguidor de Asclepio. El filósofo Aristóteles también dejó constancia por escrito su interés en los sueños e incluso llegó a hacer referencia los sueños lúcidos. Así que si le preguntáramos a esos antiguos griegos por el mundo onírico nos dirían que los sueños importan.
Igualmente los antiguos egipcios reconocían la importancia de los sueños. Por ejemplo apreciaban los sueños proféticos que atribuían al dios Bes. También tenían un dios que los guardaba de las pesadillas: Tutu, que originalmente también era un protector de las tumbas. Esto dista de ser coincidencia ya que más de una cultura ha ligado la práctica onírica como una preparación para el bien morir y para navegar los reinos más allá del mundo material. Por ejemplo los budistas tibetanos han desarrollado y dominado el yoga de los sueños, una serie de prácticas tántricas que recibieron de los maestros de la India. Ellos también conciben el entrenamiento onírico como crucial para atravesar el bardo de la muerte. Así que para ellos los sueños importan.
Hace cuatro milenios los chinos dejaron registro de su interés en la interpretación de sueños, en el libro Compendio de interpretación de sueños del duque de Zhou, que data de la dinastía Shang. Los maestros Daoistas también se cuestionaron sobre la naturaleza de la realidad a partir de sus experiencias oníricas. De hecho las contribuciones de oriente en este sentido son vastas y este texto no será suficiente para enumerarlas, pero vale la pena evidenciar un punto clave en cómo miraban los antiguos habitantes de ese mundo los sueños, y que contrasta con nuestras concepciones actuales. En sánscrito la palabra para sueño es swapna que expresa la idea de experimentar algo real que no puede ser percibido en el mundo material. No deseo dejar pasar esto sin hacer hincapié en la concepción del sueño como “una experiencia real”.
He dado todo este rodeo para llegar justamente a este punto: los sueños son experiencias reales aunque no sean experiencias del mundo material. De hecho cada uno de nosotros pasó por un proceso de varios años antes de comprender que los sueños no eran de la misma naturaleza que el mundo concreto de la vigilia. En su libro Cuando sueña el cerebro, los investigadores Antonio Zadra y Robert Stickgold relatan lo siguiente:
“ Como parte de su trabajo pionero en el desarrollo cognitivo de los niños, el gran psicólogo suizo Jean Piaget, investigó de manera sistemática el entendimeinto que tenían los niños sobre los sueños conforme crecían. Lo que descubrió fue que la mayoría de los niños en edad pre escolar creían que los sueños eran reales, se originaban afuera del soñador y podían ser vistos por otros. Era hasta la edad de entre seis y ocho años que la mayoría de los niños entendían la idea de que los sueños no eran sólo imaginarios, sino que no podían ser observados por otros. De acuerdo con Piaget, fue hasta la edad de once que los niños entendían completamente la naturaleza privada e interna de los sueños”.
Esto es relevante porque nos recuerda que si dejamos atrás nuestras ideas preconcebidas, y nos enfrentamos con inocencia a la experiencia onírica, tendríamos que admitir que con frecuencia es tan real o aún más vívida que nuestra realidad cotidiana. Que nuestros sentidos suelen ser más agudos, que los estímulos también pueden ser más intensos. Que hay toda una vida en ese tercio de nuestras vidas en las que nos dedicamos a dormir que estamos ignorando. Que el hecho de que nuestra cultura suela descartar los sueños con un comentario como “ah, pero si es sólo un sueño”, nos ha llevado a desechar una rica parte de nuestra experiencia. Que nuestra consciencia puede ir mucho más allá de lo que el mundo material nos ofrece y que la naturaleza de la realidad está lista para ser cuestionada y explorada, porque eso es parte de nuestra experiencia nocturna como seres humanos. Que quizá la próxima vez que nos dispongamos a cerrar los ojos para dormir, podamos también aprestarnos para una de las aventuras más emocionantes de nuestra vida. La exploración del mundo onírico que nos invita a participar de lo inesperado, lo mágico, y lo misterioso. Que cuando despertemos no olvidemos que nuestros sueños, importan.
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