Reflexiones sobre el far niente y cómo puede equilibrar nuestras vidas

Después de un tiempo de no publicar nada en esta plataforma, espontáneamente escribí las siguientes reflexiones sobre el far niente,  o el dulce arte de hacer nada. Así como de su capacidad para equilibrar nuestra vitalidad y enriquecer nuestra experiencia subjetiva. Claramente, el texto es una historia y perspectiva personal que puede o no acercarse a la percepción del lector; sin embargo espero que en algún momento pueda descubrirse vagando mentalmente por ideas y parajes emocionales provocativos. Después de todo como Henry Miller dijo alguna vez

“El mundo no debe ordenarse, el mundo es el orden encarnado. Nos toca a nosotros colocarnos en consonancia con este orden”.  

I. 

Sé que he estado ausente, pero no me disculparé, porque ahora sé que ausentarse a veces es volver a encontrarse. Que a veces lo que más necesitas es nada. Una enorme nada, para por fin tener un espacio vacío que pueda ser habitado por la calma. Hasta que tus sentidos puede empezar a abrirse sin violencia. Hasta que la rabia estratificada en frustración termine por expresarse. Hasta que los días pasen del amanecer al anochecer como un loop natural en el que puedes refugiarte para crear tu propio ritmo, tu propio ciclo dentro de la octava. Eso sólo es posible en la nada y a través de la nada.

Habrá quien piense que aspirar a la nada es profundamente nihilista o un pretexto para sumergirse en la indiferencia o una forma de fugarse en un vano intento por evadirse del mundo. Sin embargo, la nada de la que yo hablo es luminosa y una condición para la posterior creación de algo complejo. La nada a veces parece inimaginable. El mundo en el que vivimos nos exige mantenernos activos, ejercer acción, movimientos, productividad. Nuestro condicionamiento  nos exige realizar una actividad tras otra, desde que despertamos hasta que nos dormimos y eso nos parece algo «natural». Pero la acción no siempre va acompañada de atención y muchas veces nos descubrimos transitando como autómatas por nuestras vidas, perdiéndonos de todo. Lo cierto es que cada vez en las ciudades, las personas dormimos menos por no saber cómo parar. Quizá también por miedo de parar, porque la improductividad es la archienemiga de nuestro capitalista interior. En este esquema, confesar improductividad equivale a admitir pereza y esa es una falta mucho más grave que la acción irreflexiva.

Curiosamente la producción y la consumición tienen una relación cercana. Nos estresamos por producir y también nos estresamos por consumir, pues algunos de nuestros deseos parecen estar más allá de la muralla de lo asequible. A lo que sólo podemos acceder si ganamos más, lo cual generalmente va de la mano con producir más. Pero el camino está lleno de curvas, ya que cuando consumimos no sólo devoramos, también somos devorados por aquello que poseemos. Lo que quiero decir aquí es que como entes voraces que somos también queremos más de todo lo inmaterial de la vida. Aspiramos por ejemplo a ser «más creativos», pero como señalé anteriormente la creación requiere de acción, pero también de contemplación y reflexión. Dichas actividades requieren espacio interior y exterior, es decir una dosis de nada. La cuestión es que «hacer espacio» es desprendernos de cosas que implicaron que trabajáramos por ellas, porque en el fondo el precio que pagamos por las cosas, es el tiempo de nuestras vidas que pasamos trabajando para costearlas. A veces nos cuesta dejar ir y hay cosas que son más fáciles de abandonar que otras. Pero mantenerse a flote exige desprendimiento, especialmente durante la tormenta. 

Yo también crecí condicionada por mi entorno para querer tenerlo todo, comerlo todo, contenerlo todo, lograrlo todo, experimentarlo todo, aprender de todo y en el proceso aprehenderlo también. Pero lo que más he  necesitado en mi vida (quizá por su escasez) son los momentos de pausa, aquellos en los que el ritmo de la acción es definido a partir del ritmo interior, que a su vez obedece a las circunstancias del ser, no del sistema. Las circunstancias exteriores siempre son frenéticas y exigen no sólo acción sino fuerza vital, tiempo de vida, es decir, claramente cuestan. Por eso tener un tiempo-espacio para  hacer nada es fundamental. El far niente o el (arte de) hacer nada, no sólo es dulce, también es revitalizador. El espacio interior del que hablo implica existir al ritmo y con la sensación de amplitud que nos otorga una respiración serena. Esto propicia un estado de receptividad que a su vez, resulta fundamental para conectarnos con nuevas ideas y perspectivas. Es decir, estas condiciones son fundamentales para una renovación personal profunda, para una nueva creación.

II. 

La realidad es que nunca estamos listos para entregarnos a la nada. Por eso se inventaron los resorts, lugares paradisiacos donde supuestamente no harás nada durante tu estadía más que comer en el bufett, emborracharte en la barra libre, tomar el sol, refrescarte en las piscinas y contemplar la vista. Pero es una trampa, los resorts saben cómo mantenerte ocupado, ahogan el silencio y los sonidos de la naturaleza con bocinas escupiendo chunta chunta y los gritos de los animadores a todo volumen. Te ofrecen actividades que por supuesto tienes que experimentar para sentir que valió la pena hacer el viaje por que has tenido nuevas experiencias. Que trabajar como esclavo (mientras te piensas «libre»), vale la pena porque ahora puedes pagar por esto. Así que te mantienes ocupado durante el día en una actividad tras otra, consumes opíparamente, por las noches te desmayas al tocar la almohada y esto es fantástico porque normalmente no pegas ojo. A pesar de ello, cuando vuelves a tu casa y contemplas tus niveles de energía descubres que necesitas unas vacaciones para descansar de las vacaciones. Así vivimos de una cosa a otra, corriendo siempre, sintiendo preocupación, ansiedad y agobio. No conocemos la nada y no sabemos cómo «generarla», porque aún frente a la nada no podemos dejar de pensar en producir, o más específicamente, en cómo producirla. 

III.

La nada es la otra cara de la moneda del todo. La percepción dual nos condiciona a  conceptualizar y verbalizar nuestras percepciones en binarios opuestos, en cosas agradables, desagradables, positivas, negativas, deseables o indeseables. Pero en el flujo de la existencia la vida y la muerte son parte del mismo proceso, la mentira nos permite descubrir la verdad, tanto como lo opuesto, haciendo un tejido en el que lo deseable y lo indeseable son parte de una misma tela.

Todo esto puede parecer muy desconcertante y lo es. A veces parece que casi logras tenerlo todo mientras gozas jugueteando en las playas de un resort tropical y un momento después llega la nada revolcándote como una ola que no supiste surfear. Te entra agua en los ojos, tragas arena, pierdes el traje de baño y por unos momentos te quedas desnudo y revolcado en la playa sin estar seguro de  dónde estás, quién eres o qué es lo que prosigue. A pesar de tu desconcierto, descubres que aún estás aquí, aunque todas esas cosas con las que creíste no poder vivir hayan desaparecido. La nada no es algo que se genere, es algo que se recibe. Puedes aceptarla o rechazarla, negarla, puedes hacer lo que quieras, pero no doblarla a tu antojo. La nada es parte del todo, incluyéndote. Con esa idea se abre una rendija de luz para mirarte de manera distinta, ya que miras el cosmos de manera distinta. Una en la que mientras contemplas eres contemplado. Entonces puede ser que llegues a la aceptación, aunque sólo sea para iniciar un nuevo proceso: la entrega. 

IV.

El elemento clave del far niente es entregarte a él. Ya que pese a su capacidad para revigorizar a los espíritus cansados, el far niente es frágil como un papiro milenario. Así que intentar diseñarlo, intervenirlo, modificarlo o adaptarlo, lo destruye. Poco a poco, entre más intentas hacerle cosas, te percatas que tu resistencia te impide experimentar plenamente el verdadero far niente. Porque resistirse, ya es hacer algo. El punto es no hacer nada y suena fácil, pero resulta más complejo de lo que imaginamos.  La nada nos enfrenta al misterio de la vida-muerte. Esa fuerza oscura e incontrolable que nos atemoriza, pero también puede transformarnos.  El poeta y místico sufi Rumi, lo dijo de la siguiente manera. 

 Toca

y abrirá la puerta.

Desvanécete 

y te hará brillar como un sol.

Cae

y te elevará hacia los cielos.

Conviértete en nada

¡y te convertirá en todo!

Si aún no estás listo para entregarte al far niente puedes seguir leyendo cosas que intrigarán a tu imaginación.

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