Hace poco tiempo empecé a compartir videos por mis redes sociales. Uno de los primeros que compartí fue este, en el que hablo de cómo me convertí en ghostwritter o escritora fantasma, una pluma a sueldo, redactora por encargo. Decidí compartir un poco sobre este tema después de hacer una encuesta en FB en la varias personas manifestaron que querían saber sobre este aspecto poco conocido de mis actividades y forma de vida. Pues la mayoría de las personas me conoce por mis actividades como poeta en voz alta y algunas se han sorprendido al descubrir que hay una parte de mi vida mucho más discreta, anónima y rutinaria. Es decir, una mucho más parecida a lo una vida común lejos de los escenarios.
Recuerdo que en alguna ocasión le hice una entrevista a Javier Raya, un escritor que decidió presentarse como «conserje editorial». Y aunque pueda parecer raro, me identifico con el término de conserje, pues el oficio tiene más que ver con levantarse, ponerse a trabajar, sacar la basura, procesar una serie de tareas repetitivas y que a veces pueden dar un poco de flojera. Aunque al final como toda acción constante produzca frutos. También de alguna manera remueve el halo de esoterismo alrededor de la escritura, afirmando que escribir requiere más de transpiración que de inspiración.
Quizá por eso, quienes escriben como modo de vida y para ganarse la vida terminan refiriéndose a su actividad como un oficio. Refugiarse en la rutina de poner palabras en la página, de teclear, de tomar la pluma, es un alivio en medio de lo impredecible del mundo que nos rodea. Al final del día cuando escribes y no tienes un encargo, tienes tiempo, el cual puedes usar para escribir lo que te de la gana. Es decir, pase lo que pase escribirás y eso puedes asegurarlo . Es como un pequeño salvavidas en medio de todo lo que no puedes controlar.
Para mí la escritura tiene una vida propia, se alimenta de teclazos constantes, con sus dedos manchados de tinta frecuentemente sostiene una taza de café mientras rumia alguna idea mirando el oscuro líquido como un espejo de futuro. La escritura sobrevive, es valiente pues cuando debe trabajar sin sentido, se alimenta de la repetición de los movimientos. La escritura no teme la falta de «empleo», cuando llegan a faltar encargos y fechas de entrega, sabe que puede vagar libremente entre las palabras, sin destino, por el puro gusto y se entretiene con una de las tantas ideas anotadas en libretitas que siempre lleva consigo y cambia cada cinco semanas. La escritura me ha salvado más de una vez y es esa ancla a la que me aferro cuando el mundo se vuelca sobre si mismo en una maroma metafísica, dejándome anonadada y confundida. A continuación cómo fue que empecé a rentar mi pluma.
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