Leer por placer, el remedio para la sobre estimulación y el exceso de información

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Yo soy como cualquier redactora a sueldo en la era del internet: amo mi trabajo, pero su realización demanda la lectura de innumerables artículos, entrevistas, estudios, investigaciones, choros, ensayos personales y tops 10, 5 y 3 de todo tipo de cosas que debo hacer, no hacer, comprar, probar o evitar.

A los que además de todo, contribuyo porque yo también me gano la vida escribiendo cosas que con frecuencia terminan en la red. Esto me ha llevado a buscar formas de “limpiarme el cerebro” de la misma manera en la que algunos claman limpiarse las orejas escuchando a Bach.

He pensado que en un mundo ideal seríamos capaces de asimilar y procesar la información a la misma velocidad que la consumimos.  Nunca nos sentiríamos rebasados ni agobiados por la cantidad de información que puede ir de las más profundas densidades hasta las más insoportables superficialidades de la experiencia humana. Pero la verdad es que la mayoría de nosotros presentamos casos crónicos de sobre-estimulación e información mal digerida. Cuyo síntoma característico es la sensación de haber metido el cerebro a una licuadora, usualmente al final de un día de clicks sin control.

Creo que en si este fuera un mundo ideal, sería capaz de detenerme frente a la tentación de averiguar “27 formas de utilizar una pashmina” y el continuo titilar de gifs en la pantalla de mi computadora no me molestaría, pero no es así.  A veces caigo en atracones de información cibernética, de la misma manera en la que Bridget Jones podía comerse un bote de helado, acompañado de una botella de vino, con “All by myself” sonando en el fondo. Pero a diferencia de Bridget Jones que nunca consiguió que su trabajo consistiera en comer helado, tomar vino y escuchar canciones de amor y desamor, mi labor en este mundo implica que no puedo dejar de consultar todo tipo de materiales en la red.

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Además, debo confesar que leo continuamente. Tengo libros en la cabecera de la cama, la mesita de noche, mi oficina, la sala, en el baño no, porque gozo de buena digestión… pero si no fuera así, estoy segura de que los tendría. Además hace poco me hice de un dispositivo electrónico (t.c.c. Kindle) que puso un mundo adicional de libros en la palma de mis manos y ¡me encanta!.

No puedo dejar de leer y gracias a esto fue que comprendí que el antídoto para el síndrome de cerebro licuado que te deja consultar todo tipo de cosas (t.c.c.“contenidos”) en la red es leer. Pero leer de verdad, largo y tendido, a profundidad, leer algo que tenga más de 1000 palabras y no haya sido creado bajo la premisa de generar tráfico web. Es necesario leer un libro entero, leer poesía y además hablarla para ver a qué suena y así presenciar la creación y re-creación del canto, la expresión vital del aliento que nos anima.

Quiero aclarar que no hay nada inherentemente malo en navegar la red de artículo en artículo, explorando temas, tonos y puntos de vista. De hecho una de las características más apreciadas del internet es que da voz a todo tipo de personas. Además existe algo fascinante en cómo podemos transmitir información que queda disponible a cualquier persona que pueda accesar la red independientemente de su localización geográfica. Es mejor aún cuando además de leer te gusta escribir y parte de tu trabajo consiste en compartir mensajes que resultan valiosos y dignos de ser compartidos.

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Pero como todo oficio, el ser redactor a sueldo tiene sus complejidades y sus momentos de reflexión, de reto. El oficio requiere que cual corredor profesional salgas a hacer lo tuyo independiente del clima, día de la semana y tu humor personal. Además debes ser breve, original y provocar reacciones emocionales en los lectores que los conduzcan a explorar nuevos paradigmas.  Si escribir es un juego, su complejidad no es nada despreciable y hay plumas geniales, pero lo que puede transmitirse en la extensión y formatos que caracterizan la mayoría de los contenidos en la red es limitado por definición. Simplemente no puedes indagar con igual profundidad en el equivalente a dos páginas que en doscientas.

De tal manera que necesitamos hacer otro tipo de lectura, una menos volátil, pero muy apasionada. Necesitamos convertirnos en lectores capaces de quedarse un rato a convivir con las palabras, como si se comprometieran a entregarle una fracción del tiempo  de su breve vida humana a un amigo. Necesitamos leer por placer cosas que se queden a nuestro lado el tiempo suficiente para enseñarnos, nutrirnos y acompañarnos.

Finalmente el verdadero legado que podemos aspirar a construir es un legado vivo  y humano que pase la experiencia y conocimientos de generación en generación. Este conocimiento se transmite a través de los libros. En su novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury  deja claro que los libros en realidad son personas capaces de convertirse en nuestros maestros, amigos, cómplices y compañeros de viaje.

Yo descubrí que si me siento a leer un capítulo o dos,  sin cambiar de ventana, tema y autor cada 500 palabras, mi mente recupera cierta profundidad y calma. Además hay todo tipo de libros que provocan diferentes reacciones, emociones, sensaciones, estados mentales. Algunos incluso, abren portales a nuevos universos que nos fascinan y poseen a través de placeres, vértigos y batallas.  Quizá a eso se refería Neil Gaiman cuando dijo: 

“Un libro es un sueño que tomas con tu mano”.

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