El pasado 25 de enero tuve el placer de participar en la segunda sesión de Slammers de México, un evento conducido por Comikk MG y que es parte de las actividades del Circuito Nacional MX Poetry Slam. Los retos no se hicieron esperar, ya que la invitación venía con sus reglas: cada poeta debía presentar un texto que hablara del slam mexicano y uno más retomando un refrán. Debo confesar que el segundo texto tuvo un nacimiento mucho más fluido que el primero. Tanto que al llegar el día de la entrega yo no estaba lista aún, tenía un par de ideas de lo que quería decir, pero ninguna de las formas de abordarlo me convencía. Así que hice lo que siempre hago cuando ya no le encuentro pies ni cabeza a un texto: le llamé a (Javier) Raya, para contarle mis cuitas y pelotear algunas ideas. Así fue como entre confesiones y risas encontramos un ángulo que no sólo me satisfizo, sino que me resultaba provocativo. Muy agradecida colgué el teléfono y me senté a teclear. Así nació este texto:
El slammexicano
Muchas veces me han pedido que hable del slammexicano, una Bestia elusiva que ha causado desconcierto entre los eruditos literarios. El primer motivo de confusión son las múltiples descripciones, definiciones, interpretaciones y de más “ciones”, que surgen de la capacidad de la Bestia para transformar su cuerpo, sexo, nombre, métrica, verso y ubicación geográfica, ideológica y cronológica en el universo.
Entre los decimonónicos adoradores de la página, firmes sirvientes de la leyes imperiales y alados defensores de la “real” escritura como único vehículo de trascendencia, se rumora que si la Bestia te muerde, su espíritu insumiso y lépero-mágico-musical dominará tu alma. Sus hiperaullidos estelares reverberarán desde tu corazón desatando un vórtice de viento, mandorla, portal cósmico de trueno capaz de aniquilar la gramática y la lógica. Si el slammexicano te muerde mutará tu código genético hasta transformarte en una criatura con aspectos de todas las bestias del mundo y a partir de ese momento hasta el fin del kali yuga, junto a tu manada aullarás mandalas y poemas todas las noches de plenilunio.
El slammexicano come lo que sea, pero no necesita comida, bebe, pero toma poca agua, tiene millones de ojos y bocas infinitas, garras que son como sueños y armas universales invencibles. Sus atavíos celestiales brillan como un millón de soles y sus 6,099 lenguas de plasma cimbran la imaginación de átomos y titanes anunciando el Fin de la Literatura. La Bestia del Fin del Mundo contamina la retórica poética y reúne a los hijos del milenio que no leen y no saben escribir, payasos que compensan con gritos su ignorancia, pervirtiendo a las juventudes. ¡Queremos para la Bestia la cicuta!, claman los Porteros de la Pureza, pero cazar al slammexicano es infructuoso, pues cuando tratas de alcanzarlo, el tiempo-espacio se deforma y un hoyo negro te lleva al punto de inicio de tu pesquisa.
El único depredador natural del slammexicano es una enfermedad autoinmune que le ataca cíclicamente. Pues desde tiempos ancestrales pasa por periodos de auto-rechazo, juicio, sequía, envidia, devastación, dictadura carmesí y contaminación egológica. Pero cada célula de sus mil cuerpos, tiene la capacidad de forjar una nueva criatura, que aullará mandalas y poemas junto a su manada todas las noches del plenilunio creando heliografías para que un día dejemos de cubrirnos el rostro con las páginas y poner un artefacto tecnológico entre nosotros y los otros como nosotros. Para que nuestro corazón se conecte a nuestras manos, una galaxia florezca en nuestra lengua y en símbolos vertamos la sagrada odisea de la consciencia. Tras las explosiones, la Bestia renació de las cenizas para hacer de las palabras criaturas encarnadas a través del aliento, para que aunque no queramos escribir como los conquistadores enseñaron podamos habitar poemas aún después del Fin del Tiempo.
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